divendres, 7 de maig del 2021

Un euro de benzina i una ampolla de plàstic

 UN EURO DE GASOLINA EN UNA BOTELLA DE PLÁSTICO 


De María Zaragoza (Publicado en H Negra )

He pedido el indulto, pero no me importa quedarme en la cárcel. Dijeron que había sufrido un trastorno mental transitorio, pero no es cierto. Quizá en el momento fue un impulso, pero puedo asegurar a quien quiera preguntarme –nadie me pregunta- que resultó como yo lo había soñado. Mejor, porque al final no lo maté yo, sino un imbécil que quiso ayudar. Siempre hay un imbécil con buenas intenciones. Cuando una sueña con la venganza cada noche y la venganza llega, no importante las consecuencias. ¿Quiere indultarme? Casi sería una señal del destino, pero me da igual. Duermo tranquila por las noches y eso basta. Cuando encendí esa cerilla sabía que podría acabar en la cárcel. Si me hubieran pegado un tiro en la frente allí mismo, me habría muerto feliz. Por suerte, no estamos en uno de esos lugares en los que la gente va armada y solo acabé con unes cuantas contusiones, causadas más por el poco aguante que le han dejado a mi cuerpo los años que por el tipo que intento detenerme.

No intentaré justificarme. Lo único que podría decir a mi favor es que soy madre. Las madres nos entendemos entre nosotras, por eso hay tanta madre pidiendo mi indulto y yo guardo silencio. Quizá si hubiera sido otra madre, sería yo la que solicitase el perdón para ella. Para mí no pido nada.

Violaron a mi hija hace casi veinte años. Conocía al violador. Por desgracia, en este maldito mundo, rara es la vez que no lo conocen. Empezó la pesadilla, pero fui lo que se esperaba de mí un tiempo. Denunciamos, ganamos el juicio, fue condenado. Nos debería haber pagado una indemnización que nunca llegó y acabo en la calle demasiado pronto. A veces me lo encontraba, como si el dolor de mi hija no le importase a nadie salvo a nosotras dos. Y fui razonable, no protesté. A la gente le gusta que las mujeres guardemos silencio y pasemos vergüenza.

Mi hija ya no iba sola a ninguna parte. Yo la acompañaba cada día al autobús y la recogía en la parada porque vivió aterrorizada siete años, y yo con ella, porque una madre sufre lo que sufren sus hijos y solo disfruta la mitad de sus alegrías. La víctima era la prisionera y él corría libre y se emborrachaba, como siempre. Incluso, aquel día se permitió el lujo de seguirme hasta la parada y preguntarme por ella, por la preciosa vida que había destrozado. Le tiré el agua de la botella que estaba bebiendo y se echó a reír. Decidí que debía echarle por encima algo más fuerte mientras lo miraba entrar en el bar de la esquina.

Así que cogí mi botella y pagué al hombre de la gasolinera porque me la llenase con un euro de gasolina. Miré aquella moneda a la todavía no me había acostumbrado y sentí que era el destino, que eso ya lo había soñado muchas veces. Y que estaba bien.

Cuando quise darme cuenta, tenía una cerilla encendida en la mano. El violador abría los ojos y la boca en un grito, la ropa estaba empapada en gasolina, la botella de plástico rodaba por el suelo, el dueño del bar me derribaba para evitarlo. Pero la cerilla escapó de mis dedos y prendió el charco, la botella, al violador. Desde el suelo, miré el espectáculo y no hice nada porque lo estaba disfrutando. Pensé palabras para las que no me educaron.

Un tipo sacó el extintor y se lo vació. Dijeron, lo dice también en la petición de indulto, qué si le hubieran echado las cortinas por encima en vez de rociarlo con químicos, habría sobrevivido. Por el extintor lo mató. No yo, el extintor. Un imbécil con buenas intenciones y un extintor. La justicia elige extraños disfraces.

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Vam escollir des d'Aliats del Feminisme aquest text en l'acció reivindicativa contra la violència masclista realitzada conjuntament amb Prou Violència, el 16 Abril 2017.

Aquí diferents notícies que expliquen la història real que va inspirar a l'escriptora:

La mujer que mató al violador de su hija logra el tercer grado y sólo debe ir a prisión a dormir | El Correo

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